Y la tarde crecía, agonizaba,
el sol hecho liturgia
se durmió de repente.
Tinieblas que cubrían toda faz,
toda tierra
asombraron al mundo, enloquecido
de pavor y misterio.
Su aliento sobrehumano se mecía
y la sangre corría despeñada
aglutinando versos.
Un suave aroma venía de los árboles,
del dolido paisaje.
El llanto casi humano de los pájaros
se quedó sin acento.
Presencia.
Sólo un soplo de muerte
y una voz desgarrada
penetrando los tímpanos
se adentró en el silencio:
¡Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu!
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