20 septiembre 2015

de: DESNUDO DE PALABRAS


Tú, cantaor de nanas, tomabas en tus brazos al pequeño y en tu acento andaluz, tan sevillano- del que siempre me sentí orgullosa: "Este niño chiquito/ no tiene cuna/ su pare es carpintero/ le va haser una./ Su pare es carpintero/ le va  haser una..."

Tú, pintor:  Estación de Atocha, ahora tan visitada, Palacio de El Pardo, residencia entonces dcl que fuese nuestro Generalísimo Franco, sala morisca,  techos al estilo cordobés y su Mezquita ¡tantas veces te lo oí contar!, yo era aún chica.  Y me sentía orgullosa por tus pinturas. Parecían hazañas diferentes a las que suelen acontecer a un obrero --pintor de brocha gorda-- vulgarmente llamado,  aunque ya casi octogenario,  te agarraste al pincel, a los lienzos o tablas, óleos que tanto te entretenían la mirada y el cansancio, el pulso y, hasta las horas de comer en que madre te llamaba a la mesa.

Con su partida, partieron a la vez los colibrís de tus cuadros, tus paisajes, gran parte de tus ojos, pues a partir de entonces, te fallaba la vista, te brotaban las lágrimas, aquellas que no pudiste derramar en su lecho de muerte, almacenadas, en las recóndita esquina de tu alma y te llovieron durante  seis años más que la sobreviviste.

Tú, tronco erguido, --señorito andaluz--, aún diste más a tus últimas ramas, diste tus últimos pasos, última voz, último suspiro. Pasaste el túnel de luz y en primavera, para unirte a mamá, que yo  bien lo pedía, al verte sufrir tan desnortado.

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