La noche está silente, las estrellas
parece que nos hablan con su mirada adulta,
con su eterno latido.
Las horas se suceden, se pierden infinitas
y el campo, verdinegro, se va quedando inmóvil.
El corazón presiente
que Dios viene a asomarse a nuestro pecho
y va restando pálpitos, dejándose llevar
de una manera lenta y agridulce
a ese confín del mundo, donde vamos y somos.
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