Lejos de la ciudad, lejos del hombre
aquí hay un hombre, solo
con sus reses, su siembra, su silencio.
¿Qué necesita? apenas nada
aunque se afana más allá del día y de la noche
siempre adelante el rumbo,
respirando la tierra que hierve en sus pulmones
y cuanto mira y toca le es sagrado.
Se bebe el sol mientras labora,
se curte fuera y dentro
y el oferente valle le lleva hasta los ojos
la imagen de los siglos.
Por eso sabe. Tiene conciencia de las cosas
y que Dios esstá ahí frente al sudor de su camisa,
entre sus manos sementeras.
Siempre acude a la voz del campanario
aunque se sienta frío como el ojo de un pez,
en la espina celosa que le punza hasta el alma
en su terrón de carne y de estallido.
Y nunca vio la mar. Ni lo quiere. Ni importa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario