OCTUBRE, DE COBRES Y AMARILLOS.
Hoy llueve dulce y largo
El verano de tigres ya se fue. Se fue el 4 de
Agosto, cuando mi sed se despertaba en versos. Ya tampoco es Setiembre y en mis
manos de nuevo se acomoda mi pluma, con
deseos de caminar sin fin. No sé hacia qué Amazonas se dirigen mis dedos este
otoño, qué nocturno lenguaje emplearé para contar luciérnagas. Ya en mi
estancia el silencio se acomoda, se carga de tinieblas y las copas de
cobre suavemente blanquean los
cristales. Ya no darán con su pico las golondrinas, nos ganan libertad. Si esta
hora tan solo fuera mía, nuestra, pediría a los duendes la raíz inexacta de los
días a fin de reencontrarme con el terco
poeta que me habita.
Hoy llueve dulce y largo. Se me ha calmado el
pulso y la sed de frescor que ayer alimentara.
Es oscura la tarde que enmudece el crujido de las ramas del fresno y el
concierto de grillos, que, temblando, van y buscan abrigo bajo la alfombra
fresca. La yerba se enriquece y pavonea el aire –Manso rumor que acude a la
llamada de sus leyes—, compañera fresquísima del hombre que camina las calles
con su amargo naufragio; lo envuelve, lo acaricia, le va restando arrugas y le
borra la sed del alma y de los ojos.
Hoy llueve dulce y largo y yo, sin ti bajo el
paraguas, voy atando silencios, refresco mis insomnios, miro al frente y
descubro que la lluvia le va ganando puntos al lenguaje. Como si Dios
hablara gota a gota en medio de las
gentes.
Presto atención. Escucho. Oigo nombres, mi
nombre... Y en él se mece el mundo como un arca perdida.
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